Dijo alguna vez en un
episodio el cual no voy a buscar, pero ustedes no tienen por qué dudar de mí,
el señor Pedro Picapiedra: “dale un uniforme a un amigo y se le subirá a la
cabeza”. Y aunque les duela a muchos es verdad, tener un uniforme a una
gran cantidad les hace subir los humos y los demás pagamos las consecuencias.
Pero me refiero a los
uniformes con respaldo de poder (un arma, un palo, unas ganas de pegarle a
alguien, dinero o haber sido criados con leche materna mezclada con vinagre y berro).
Nada puedo alegar contra
la gente trabajadora, humilde y buena que compra o manda a estampar a la empresa
de Uniformes personalizados Chihuahua u otra menor similar. Esos lo
único que tienen por el uniforme es amor y mucho cuidado, utilizando hasta
babero a la hora del almuerzo para no ensuciarlo y le dure para no tener que
gastar su otra ropita yendo a trabajar.
Tener un uniforme
A todos nos molesta que
alguien por tener un uniforme, quiera venir a gritarnos, vejarnos o peor aún,
querer que le vayamos a comprar un pollo, pizza, refresco, nada más para que
nos firmen un documento que necesitamos. Y eso, sucede.
Hay vigilantes privados
que nada más por estar uniformados con la ropa que utilizaron en el liceo, ya
tienen la potestad de hacerle pasar un mal rato a cualquiera y decirle dónde ponerse
y cómo moverse, como si fuésemos piezas de ajedrez.
A esos luego no les vale
tener un uniforme cuando una secretaria los utiliza como mandaderos para que vayan
a comprar un café, abandonando la labor para la cual fueron contratados nada
más para quedarse con el vuelto o porque se enamoraron de la muchacha.
También es un tanto triste
el tener un uniforme y estar cuidando corruptos o ignaros, estando de pie por
horas, de día y de noche o con lluvia o nieve, dañándose la espalda, llenándose
la cabeza de conversaciones que les dan asco o creándose juanetes incurables
por los cuales, al retirarse del servicio militar, les hace quedarse en su casa
jubilados cuidando a los nietos, tres gallinas y siendo conocido como el “pata
e’chuleta”.
Las muchachas que sueñan ser modelos y no unen el conocimiento con las poses y pasos llegan a tener un uniforme de un negocio que se llama “feria del lente” o “taller mecánico auto – car”, ante los cuales reparte volantes con descuento, luchando contra otra muchacha modelo frustrada que le hace competencia por la comisión que se gana ante cada cliente referido.
El caso más indignante y que no da risa, son los bomberos, protección civil o grupos de rescate, quienes deberían tener un uniforme limpio y nuevo cada año o semestre, acorde a su gran labor y tienen que estar rogando para que se los otorguen o verse obligados a rifar un paseo en el carro de bomberos u otra cosa, para comprarse un uniforme algo decente.
Hay vendedores que por
tener un uniforme ya se sienten dueños del negocio. Son esos que hablan tipo: “no
me ha llegado esa mercancía”, “ahorita no te lo tengo”, como si fueran dueños o
socios financistas del sitio.
Además, por tener un
uniforme de planta, ya ven a los clientes con displicencia, si acaso los ven,
porque se distraen con el teléfono o el protector de pantalla de la PC y se
molestan si tú vas a comprar. Uno llega a extrañar cuando usaban el uniforme de
pasante o practicante, cuando atendían bien al no haber sido contaminados por
sus compañeros fijos o al menos fingían, esperando que les contrataran para
luego sacar las garras.
No tengo idea del por qué
debo explicarle a la gente de que, por tener un uniforme y un trabajo fijo,
puedes estar desquitándote tus frustraciones por lo que soñaste, lo que comiste
que te purgó o el vaciamiento de tu cartera.
Sé que hay clientes o
personas de común en las calles que cansan, pero si luchaste por tener un
uniforme representado a un algo o a alguien, debiste haberte entrenado para ser
mejor en toda ocasión o vicisitud.
La ropa no hace a la
persona, es la persona la que hace que la ropa luzca.
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