Nacidos de los placeres
oníricos de la siesta, las horas de sueño, el aburrimiento, soñar despierto y
la realidad propia de yo.
No puede fallar el sueño heroico donde combato a un tropel de mal vivientes y secuaces que son aturdidos con esferas sónicas provenientes de un lanzador especial en mis guantes y de un maletín marca Adidas de donde saco flechas, bates, un escudo holográfico anti balas y gases especiales que hacen que los paramilitares terminen besándose entre sí mientras se estrangulan para que su derrota sea más humillante, mientras exploto sus motos.
Como en episodios de La
Rosa de Guadalupe, pero buenos, he tenido las premoniciones o epifanías de que
salgo de un ascensor junto a una joven que ve mi paraguas y por ello me toma
del brazo al ver la lluvia, entonces yo le doy mi paraguas para que ella se
cubra y un haz de luz me cubre evitando que me moje ya que me he transformado
por completo en un ángel y me elevo por los cielos, mientras el viento mueve mi
pre calvicie con seductora y apacible quietud. Todos los que me ven caen de rodillas
y lloran de la emoción.
En otro episodio, estoy en
un almacén lleno de personas y una tromba de agua se adentra inundando el
lugar. Entonces se crea un remolino con el oxígeno del H2O del cual
emerjo, sin llegar al paganismo de caminar sobre el agua como el Jesús de Nazaret,
sino debajo del agua, para poder rescatarlos a todos mientras les hablo y ellos
sólo me responden con un ¡glup, glup, glup!; al estar todos fuera, un gran
aplauso se escucha y cientos de billetes de varias denominaciones y de países
diversos me van rodeando.
En otro sueño estoy en un
bosque, rescatando especies animales perdidas que al verse encontradas danzan
al compás de “Máster of Puppets” en versión Lambada. Claro, entre ellos, porque
ni en mis sueños ando con perversiones.
En un gran glaciar una
caverna, con luces de neón bordeándole, voy caminando son un traje de neopreno
que muestra con agrado pero sin nada vulgar mi complexión que hace que todo
tipo de ropa se vea bien. Al final, un banquete de pollo frito con tajadas
ofrecido por la princesa Keiko de Japón para darme las gracias ante el invento
del videojuego de Mario Bros en hologramas proyectados hasta de día, acompañado
de un saco con signo de euros que me extraña porque ella debería darme de la
moneda de su país.
No puede fallar el sueño heroico donde combato a un tropel de mal vivientes y secuaces que son aturdidos con esferas sónicas provenientes de un lanzador especial en mis guantes y de un maletín marca Adidas de donde saco flechas, bates, un escudo holográfico anti balas y gases especiales que hacen que los paramilitares terminen besándose entre sí mientras se estrangulan para que su derrota sea más humillante, mientras exploto sus motos.
Por último, pero igual de
sin importancia, está el sueño donde estoy escribiendo esta historia, lleno de
emoción y sorprendido de lo que se puede lograr, riéndome, emocionado, jugando
al barón de Munchausen, escribiendo una épica que mantiene atado al lector en la
novedad del tema, para luego despertar y de verdad no acordarme ni de papa de
los sueños bonitos ni divertidos, pero sí de las pesadillas.
Porque cuando se tienen
malos sueños o no se puede dormirme, las noches son tan largas como en esas
películas de terror donde los vampiros y demás zombis andan persiguiendo a la
gente antes de que aparezcan las luces del amanecer. Y los comprendo, porque a
mí no me gusta ver las luces del amanecer porque significa que dormí menos y
tuve que pararme de temprano.
Argenis Serrano - @Humoristech
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