Oferta de Empleo

 Nota al pie, pero puesta arriba: Este post está basado en la historia de una mujer, narrada por un hombre que las entiende, pero que no se siente mujer. Aclaratoria que se hace con la finalidad de que no se confundan en este relato de oferta de empleo.

 

Nada como colocar tu currículum por la Internet que es más útil que los familiares y amigos para ayudarte en estas lides y que te llegue una oferta de empleo que cumpla tus expectativas.

 

Luego de una entrevista laboral en un cuarto árido y lleno de color con una entrevistadora que se tomó dos horas de mi tiempo en espera en un lugar apartado para decirme que me habían aceptado ante otras postulantes que se retiraron –esto sin explicarlo, cosa que luego supe era premeditado-, comencé mi entrenamiento en el área de oficina. Fueron 15 días maravillosos de nervios, algunos errores de dedos y un café derramado en unos documentos, además de hacerme pagar un pollo frito con sus vituallas como la novata (jajaja, que gracioso) con la primera quincena de sueldo, ya esta oferta de empleo se transformó en mi empleo nuevo.

oferta de empleo

 

Lo que me ocurrió en esta oferta de empleo

El lunes siguiente al fin de semana (siempre es así), me instalaron en la nueva oficina. Pequeña, funcional, bien acolchada. Así soy yo pues. Y la oficina también. Comencé pues con mis deberes atinentes a la oferta de empleo que asumí con estoicismo. La mañana fue muy bien, los empleados me comenzaban a saludar de manera efusiva y con una risita que yo pensé que era agradable al principio, pero era burlona. Yo no sabía lo que se me venía.

 

A mediodía, luego de la larga fila de empleados ante un solo microondas, me disponía a saborear el primer bocado cuando vi entrar a alguien al área donde estoy, ante un pequeño pasillo que da hacia el baño de los empleados. No me pareció raro hasta que comencé a escuchar pujidos y quejidos y algo como un bloque lanzado en contra de un tobo de agua, acompañado de unos gritos estentóreos y bufidos.

 

Luego, el agua del sanitario bajar un par de veces y las sonadas de nariz y murmullos como de gente extenuada y aliviada. ¡Y era un solo hombre!

 

Seguí comiendo, casi de manera mecánica. A los pocos minutos pasó una mujer y luego de vociferar s obre la pestilencia dejada por el anterior, recordar a su mamacita y pedir auxilio, entró. Se le escuchaba como un manantial saliendo de sí y algunos quejidos muy someros, además de unos aplausos que me parecieron extraños, pero luego con decir, ¡ya te cacé, zancudo!, comprendí.

 

Por igual comprendí el motivo de que esta oferta de empleo fuera tan generosa en sueldo, prestaciones, mejoras, facilidad en las tareas, apoyo, algunos chocolates y promesas de ayuda estudiantil para mí y los míos, ¡requerían a alguien en el puesto, que aguantara las cosas que no eran inherentes al puesto!

 

Esa noche casi no pude dormir, soñé que la oferta de empleo había sido hecha por los cuidadores de baños de la terminal de buses; sí, esos que se creen Técnicos Superiores en Baños y tienen el control de nuestras vejigas y esfínteres con sus implementos de limpieza y la venta de cuadritos de papel higiénico.

 

Al día siguiente, mientras realizaba mi trabajo y atendía al público, más empleados iban al baño. Parecía que no iban en sus casas para ahorrar agua y usar la de allá, sin pensar en el peligro de que allá no hubiese agua y muriesen taponeados, con los ojos chispados y los dedos maltrechos ante un colapso por no tener dónde hacer.

 

Las personas que yo atendía escuchaban el asunto y se lanzaban miradas furtivas de asombro ante los pujidos, quejidos y sonidos como de una explosión de cauchos en la autopista que la gente que iba a los baños hacía. Me miraban como quien da una condolencia, extrañados que yo pudiera aceptar tal oferta de empleo. Y yo les miraba como cachorrita temerosa en señal de salvación, pero nada podían hacer por mí, sólo yo.

 

Las cosas que intenté como soluciones

Pedí cambio de oficina y me dijeron que no había otro lugar; coloqué música alta y me ordenaron bajarle que eso no era una tasca; me puse audífonos y entonces no entendía a quienes me tocaba atender; cerraba la puerta y el eco como que sonaba mejor en conjunto con el cielo raso.

 

Coloqué letreros sobre alimentación sana, hacer sus necesidades en casa, colocarse una sordina y el poder del corcho y nada, la gente seguía usando el baño para sacar ese grito de Tarzán que en sus casas no hacían. Creo que hasta unos martillazos escuché y unos tiros para que aquello que hacía, bajara.

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Lo que me sucedió por aceptar esa oferta de empleo

Paulatinamente comencé a tomar un error inmenso a ir al baño, al menos a ese. Mejoré mi alimentación, hice yoga, casi que me arriesgo a ser vegetariana, hablaba con mi cuerpo y le daba clases de autocontrol, comencé a limitarme en muchas cosas de manera abrupta y casi que me colapso.

 

Estuve una semana en cama, soñando que un baño me perseguí y devoraba mientras gritaba como una reunión de araguatos; sin fiebre, para peor cosa.

 

Al regresar mostré mi carta de renuncia pero no me la aceptaron, alegando no por mi desempeño, sino por ser la primera en mucho tiempo que pasaba el mes laboral y aún estaba cuerda. ¿Cómo estarían las que aceptaron esa dantesca oferta de empleo antes que yo?

 

No sé por qué motivo acepté, pero coloqué una condición ineludible y que fue aceptada por la directiva que tenía su baño para pujos y relinchos en otro lado y no les importaba lo que a la plebe nos ocurriera.

 

Conseguí una Vuvuzela que trajo un amigo del Mundial de Sudáfrica 2010 y cada vez que alguien iba al baño, yo la soplaba. Al principio las personas que atendía se asustaban y sorprendían pero cuando yo paraba por aire y ellos escuchaban aquella metralla humana, terminaban relevándome en el soplido de ese corno.

 

La gente con la que trabajo se molestó al principio porque eso dizque les cortaba la nota, ¡sí, como no!; pero poco a poco se fueron amansando y le colocaron silenciador  todas sus salidas de aire y sonido, además de ponerse las manos bajo las axilas y entrar en meditación Zen para que todo les saliera y fluyera en los tonos bajos debidos.

 

Allí ya pude comenzar a ir al baño y vivir una vida más tranquila, hasta una vez que no sé qué comí y grité como sirena de barco, lo que fue doloroso porque ya pasado un tiempo desde que acepté dicha oferta de empleo, fue de esa manera que me hice parte de la gran familia laboral de la empresa.

 

Argenis Serrano

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