VISITA A LA ANIMATRÓNICA REPÚBLICA DE BOQUITONIA
Nunca podré olvidar mi visita
a la Animatrónica República de Boquitonia, la ciudad de las bocas. Fui a ese
lugar atraído por los folletos donde se nos garantizaba a los de boca grande y
labios gruesos, que recuperaríamos la confianza gracias a sus terapias dichas
por boca de grandes consultores y terapeutas. Cuando llegué al aeropuerto me
sorprendió gratamente ver que mi pasaporte era manipulado y sellado por con un
beso amistoso de una boca diligente y minuciosa. Sí, como lo leen, una boca,
pues en la República de Boquitonia, cuya capital es Labonia, todas son bocas
animatrónicas suspendidas en el aire y que cumplen las funciones de un cuerpo
normal.
Tecnología de punta dirían algunos y con propiedad, ya que lo dirían por la
boca. las maravillas de la nanotecnología animatrónica en Boquitonia ha logrado
asimilar la mayoría de las maquinarias superando al prototipo sublime de todo
mecanismo, o sea, las manos, ya que estas aunque se comunican, suelen ser muy
confusas a menos que se tenga familia sorda, se sea un mimo o un coach de
tercera base.
Esas bocas con inteligencia artificial son muy sensitivas y sensatas en sus
respuestas, -ya que hablan mucho- y me dijeron dónde se hallaba el centro de
ayuda a los labios humanos de Boquitonia, respondiendo a mi pregunta con una
voz cálida y comprensiva, llena de palabras serviciales y dirección exacta.
Mientras preguntaba, algunas bocas diestras descorrieron los cierres de mis
maletas con los dientes y probaron mi honestidad al requisar mi equipaje.
Salieron con un ¡todo está bien! en perfecto castellano, ya que están
programadas con los idiomas y dialectos de todos los países, haciéndolas más
universales que el papa.
Es increíble el ver como las bocas hacen todo, desde cargar equipos pesados sin
ayuda, hasta manejar carros libres, sin diferencia con los taxistas
convencionales, que hablan y hablan mientras manejan.
Fue muy agradable como me hablaban correctamente y con camaradería respetuosa
en el hotel, tal cual se debe tratar a un turista o cliente donde sea. Dejé mi
equipaje y salí presto a la consulta en el centro de ayuda, ya que la hora de
la cita se acercaba. Una boca me lo corroboró diciéndome la hora exacta y
despidiéndome muy efusivamente del hotel.
Llegué al centro de ayuda. Observar a muchos coterráneos míos que por allí han
pasado para aceptar el gran tamaño de sus labios o la forma de su boca, era
reconfortante. Ejemplos como Trino Mora o Luís Silva, que se hicieron la
cirugía de labios con un pico de botella y tienen sus bocas feas; Mimí Lazo que
se inyectó colágeno con pego y laca para que se le creara un movimiento de
quijada que la ayudó a llevar el aplauso por dentro; Astrid Carolina Herrera y
Kiara, que fueron reconstruidas en sus labios quedándoles como la boca de un
pato, Carl Herrera, que se pinta la boca de negro para que parezca una
continuación de su quijada u Oswaldo Guillén que se hace el candado con los
pelos de la nariz para distraer a la gente del tamaño de su boca. Ver cómo
ellos triunfaron siendo así, me hizo sentir verdaderas esperanzas.
La cita con el doctor Bocazza, una boca en un cuerpo humano falso y que fungía
como terapeuta fue muy rápida y ajustada a lo que rezaban los folletos:
“devolvemos su confianza de inmediato”.
El punto en que se basó fue el de hacerme caer en cuenta que tenerlo todo
grande como lo tengo, es una bendición y a la vez, así como lo harían los
labios, muchas otras de mis grandezas, darán placer, gusto y bienestar a quien
se atreva a conocerlo. Esa terapia cambió mi vida para mejor. Tenerlo todo
grande no es malo y a las pruebas me remito, por si alguien duda. Fui por
confianza y estima y ello conseguí o recuperé, aún no estoy claro en eso.
Salí y fui a almorzar. La comodidad en la capital de Boquitonia es que las
bocas animatrónicas mastican la comida por ti y te la dan casi como un ave a
sus polluelos, claro sin el asco o salivales, es como tomar los alimentos de la
licuadora. Divino todo, aunque yo no había ordenado eso que me sirvieron, lo
que ocurrió fue que una boca lectora de las ondas alfa del cerebro presintió
que era eso lo que yo necesitaba. Aunque le atinó y me gustó, no dejó de ser
perturbador.
Un paseo en otro taxi por la ciudad, me dejaba admirar como las bocas
construían grandes edificios, majestuosos, que ellas mismas miraban con la boca
abierta. La boca taxista me explicaba qué había sucedido en tal o cual avenida.
Muchas de ellos historias que habían pasado de boca en boca y otras que eran el
bocado de la sociedad.
A las 6 de la tarde la ciudad se detuvo, me dejó pasmado cómo se sintió un
silencio que ya tanto ameritaba, pues las bocas no paraban de su bla-bla-bla.
De inmediato se oyó el Himno Nacional de Boquitonia a través de parlantes con
forma de boca, colocados estratégicamente en plazas, postes y edificios
públicos. El Himno Nacional de Boquitonia, adoptado en 2005, es el “Bemba
Colorá” interpretado por Celia Cruz. Que lindo era observar a todas esas bocas
responder “colorá”.
El viaje y el apuro hicieron estragos en mis fuerzas y me decidí ir al hotel
luego, lamentando que me fuese a perder la vida nocturna en Labonia, la capital
de Boquitonia; quería saber qué era lo que estaba de moda allí, qué se
murmuraba, cuál era el sitio de moda que se decía. Pero me ganó el agotamiento.
Fui a mi cuarto, solicité mi llave y una boca me la dio en la mano, me cerró el
puño y me dio un beso cortés. ¡Qué lindo detalle! En el ascensor, una boca me
consultó a qué piso iba, ¡al tercero! –le expresé- y con un beso tocó el botón,
subimos y me dio las buenas noches, preguntando que si quería servicio de
cuarto. Le dije que sí y me contestó que enviaría a la boca indicada a
ayudarme.
Estando en mi cuarto, noté que todo estaba arreglado, ya que las bocas mucamas
habían colgado mi ropa perfectamente, aunque una de ellas le dejo rouge a una
camisa blanca, lo que hubiese podido ser un problema. Más no le paré.
Pasé a darme un baño, los grifos tenían forma de boquillas. Cuando me echaba el
shampoo y el agua me caía, me sobrevenía un gran relax, liviano, extasiado, en
apogeo, estaba ¡ufff...! bueno, apenas si me sentía; cuando me quité el jabón
de los ojos noté por qué el placentero sentir…la boca que la boca ascensorista
me había mencionado como la “indicada para ayudarme” estaba allí dándome el
relax por medio de… (mejor me salto esta parte).
Esa noche que parecía ser de descanso, poco a poco se transformó en una noche
de terror. Al estar en la cama, el control remoto (con forma de boca), pasaba
los canales según yo se lo pedía con mi voz o pensamiento. Más los canales en
Boquitonia son puras habladurías: que si un sujeto que cree saber todas las
verdades y expulsa pestes por su boca, induciendo a la gente a tener pesadillas
con gente de otros países, cosa que no comprendo cómo hay gente que mira a una
boca con barba que así se expresa, aún sin poseer mucha preparación pero sí
mucha lengua larga y adulante; me dijo una boca que la gente prefiere ver esa
boca con barba que a su propia esposa, lo que me hace pensar que esas bocas
están medio con roncha.
En otro canal, otras bocas remedaban las cosas que en Boquitonia sucedían pero
con cualquier argumento, o sea, habla por hablar; riendo, cantando, con
palabras boqueras (lo que en nuestro país son sifrinerías, según comprendí) y
haciéndose la voz de los que son acallados a cada rato. En otros canales eran
puras novelas donde la boca rica besaba a la boca de la sirvienta pobre y luego
le probaba los otros labios, saliendo una boquita que después de tanta pelea
les uniría. Como esa trama estaba muy trillada, me dispuse a dormir.
Una voz muy tierna me deseó las buenas noches y me arropó dándome un besito. Al
cerrar los ojos y pasados unos segundos me sobresalté pensando ¿y de dónde sale
tanta boca? Me inquieté pero no quise buscar las respuestas. Craso error.
Las noches en Labonia son peores que en el día. Runrunes van y vienen, cánticos
sin parar, chismes que no tienen ni pies ni cabeza, o sea, eran pura bocazas.
Los labios machos que le daban a los labios hembras pura labia, para luego
darles lengua y al final ser pura muela. El silencio de la noche es una
expresión muerta en Boquitonia.
Me desesperé y asomé por el balcón, de repente comencé a gritar incoherencias,
¡ya mis labios estaban perdiendo el control! se habían sumado a tantas palabras
si validez que perdían paulatinamente el control de sus propias palabras. Ya no
eran suyas, eran repeticiones o adhesiones a la palabra de los demás.
Mientras yo mismo me regañaba y mordía –o lo hacían mis labios por voluntad
propia-, recogí mis tiliches y quise alejarme de ese país. No me imaginaba que
eso fuera así. Como siempre, los folletos son pura habladuría, aunque en ese
momento la palabra no me cuajaba para con ese papel.
Al querer pagar la habitación las bocas me preguntaban el por qué me iba,
aduciendo razones que mis labios respondían y asentían; mi cerebro estaba
trabajando a millón tratado de no creer o ser atrapado por lo que mi boca
decía. Intenté morderme la lengua y no pude, la boca ya tenía vida sola y decía
cualquier cosa sin pensar. Al llegar a ese punto cualquier humano pierde la
dignidad y no quise correr ese riesgo.
Como animales, las bocas presintieron mi miedo y quisieron arrancarme los
labios para que convivieran con ellas en Labonia. Desde el hotel al aeropuerto
fue una carrera mortal, dando patadas y golpes a las bocas que se me acercaban
por montones a morderme, escupirme y vejarme por el sólo hecho de querer decir
lo que yo pensaba y sentía. Mis propios labios, llenos de confusión y sumados
sin querer a las masas locas me insultaban con groserías que jamás hubiese
pensado una boca pudiese proferir.
En el aeropuerto ya había pasado el rumor de boca en boca que yo huía con una
boca secuestrada. Algunos humanos que habían asistido como turistas, al igual
que yo, pasaban las de Caín ante las bocas que babeaban de tanto odiar. Nos
unimos haciéndonos señas o escribiendo y con unos frascos de picante, sal y
tenedores calentados con yesqueros, pudimos atacar a las bocas y hacernos de un
auto para huir del país.
Miles de bocas nos seguían pero se quedaban sin aliento ante el auto. Por fin
las perdimos no sin antes oír sus injurias que no podíamos responder ya que
nuestras bocas aún eran adeptas a sus palabras. Luego de un par de horas de
camino y mayor control sobre nuestras bocas, conseguimos llegar a la frontera.
Las bocas de allí, tan alejadas de todo y complacientes si las humedecen (con
cera labial), nos permitieron el pronto paso al país vecino.
Todos los que huíamos nos emocionamos tanto que dimos un altisonante grito de
hurra, tan fuerte que el cielo podía escucharlo ¡pero nosotros no!
El auto se detuvo de un frenazo, nos asustamos mucho al notar que no podíamos
escuchar lo que sentíamos podíamos decir. Las palabras inteligentes, mordaces y
eficaces no se oían ¿qué pasa? preguntábamos sin que nuestro interlocutor nos
escuchase y, de suponer qué decíamos, sus respuestas no se comprendían.
Allí nos volteamos y entendimos qué era lo que nos ocurría y lo que se
avecinaba, habíamos llegado a la República Microchiptica de Otofabia, el país
animatrónico de los oídos. Perdimos rápidamente el control de nuestra audición
hasta el punto que nuestras ideas… ¡ya no se oían de forma alguna, lo que da un
miedo igual a no decirlas!
Y terminamos escuchando lo indebido,
gritando lo que no queríamos, repitiendo lo que no pensábamos, siendo los
zombis esclavos que nuestra voluntad conducida por otros, deseaba…
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