Cuando uno dice viajar, definitivamente eso
significa, viajar. Y se sabe que cada centavo ahorrado hay que sacarle el
doble, visitar un lugar donde los sentidos sientan regocijo, el cuerpo reciba
lo que pida y las selfies se ganen muchos likes y comentarios en Facebook,
Instagram y envidia familiar en los grupos de WhatsApp.
Por ello, una de las mejores decisiones que tuve
con una amiga con derecho (con derecho a guardar silencio yo, sí ella me lo
ordenaba), fue irnos a Menorca, allá por España, por las islas baleares. Allá donde
el gozo nace y el paraíso existe.
Entre las cosas que ella me dijo, de llegada fue “hay
que ir directo a una empresa de Rent a Car, porque en auto, uno manda”. Y bueno,
era verdad porque me estaba mandando, pero era por mi bien y el de ella. Consulté
por el mejor y me dijeron, “usted lo que busca es a donde dice car hire Menorca, allí está, vaya confiado que le atenderán de lo
mejor”. Tanta amabilidad confunde. Fui, ¡y el hombre tenía razón!
Me guiaron para guiar, me dieron buen precio y me
sentí confiado. Una linda chica, un auto potente y un hombre como yo, sencillo,
comedido, espontáneo, de tremendo buen físico y portentoso amante, en un lugar paradisiaco.
¡Todos los astros se alinearon pues!
Como en todo viaje, comenzamos por las playas,
porque el mar llama. En las tardes nos paseamos por Mahón y Ciudadela. La amabilidad
allí es con todos. Hablan español, catalán, inglés, francés y con una
comunicacional y universal sonrisa sincera.
El clima es el idóneo para la playa, la ciudad,
las noches frescas. Es como colocar un aire acondicionado en el número exacto y
estar parado al pie de la ventana en una cálida tarde. Por eso es que los
paseos de senderismo o en bicicleta o coche son tan relajantes, así como
visitar sus museos y zonas históricas. Uno anda así como Gokú en la nube
voladora, recorriendo buenos lugares, pero en auto, porque vas a dónde quieres,
manejando. Así tenía yo el control, con la adorable chica que me controlaba. En
un lugar así, eso se permite y más.
Se pueden ver fiestas exquisitas, casi todas
ligadas a la equitación. Y uno se hace como que parte, montado en un carro con
varios caballos de fuerza. Sí, uno es un jinete de ciudad cuando conduce y más
cuando recorre un pedazo de cielo en La Tierra.
Al despedirnos, extrañé la comida, los bailes
nocturnos, los paseos, la gente desprendida y aquel carrazo que alquilé. Ahorrar
desde ahora para volver, será nuevamente una gran inversión. Todavía me quedó
isla por descubrir y eso, me lo merezco repetir.
Pero iré con otra chica, ésta no aflojó ni para
los refrescos.
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