El Hotel Mara, de Maracay - Estado Aragua

 

EL HOTEL MARA, DE MARACAY

Creo que nunca les había contado esta anécdota de cuando laboré en el único hotel cero estrellas de Maracay, pero es que para mí si fue traumáticamente graciosa y, de seguro, para ustedes no lo será. Así que a partir de esta línea, la lectura queda bajo su responsabilidad.

En esos tiempos en que buscaba empleo desesperadamente porque no sólo saber operar computadoras bastaba y no haber accedido a la universidad influía, leía los avisos clasificados buscando empleo.

Recuerdo el año (bueno, no el año, sino que fue un año) donde llevé currículum vitae a 135 lugares, sólo fui llamado a siete entrevistas y en todas me dijeron “no nos llame que nosotros tampoco le llamaremos”.

Sucedió pues que leía el diario el siglo (cuando servía) en sus avisos clasificados y leo que SE SOLICITA OPERADOR DE COMPUTADORAS QUE MANEJE WORD Y EXCEL, CARGO: RECEPCIONISTA. DIRIGIRSE A HOTEL MARA AL LADO DE ELECENTRO.

Nótese que al lado de Elecentro (Electricidad del Centro, para las personas de otros países), esto da a notar que fue antes de este siglo esta desventura. Prosigo.

Voy al lugar temprano como a las 11 de la mañana, con esas ganas que tiene la gente que busca trabajo con el deseo de no conseguir. No por sinvergüenzura, es que yo me manejo en otros horarios.

Ya iba yo con la idea, “de seguro ya me ganaron el puesto” y, cuando llegué, fui el primero y único. O quizá los anteriores no estaban tan desesperados ni resignados como yo y buscaron algo bueno.

El administrador, gerente y heredero de ese hotel era algo tosco pero al menos, lo reconocía, se la pasaba disculpándose.

Me contrató de inmediato para las guardias de fines de semana; lo que no me dijo es que la guardia dominical era de noche hasta el amanecer del lunes.

Pero como a nosotros los pobres nos convencen con un tantito de dinero extra, pues acepté. Hay que llevar la comida a la casa y si algo me caracteriza es que me gano lo que me como.

Las explico un poco cómo es el Hotel Mara, ya que me da pena tomar foto del lugar y ni en Internet en las páginas de sitios lúgubres, las hay.

Eso es como una casa de vecindad toda hecha de muros de concreto sin teodolito ni plomada, al ojo por ciento y por albañiles en estado de ebriedad casi que comatosa.

Los techos son de zinc, las puertas de madera de esas que cuando las empujas llegan a cierto punto, porque están al ras del suelo, salvo en la parte que está socavada.

En los muros, la ventilación es por huecos de luz no hecha con bloques de luz precisamente, más bien parece que fueron hechos por ráfagas de tiros o martillazos al azar.

En el suelo, hay unos huecos que, para graficárselos bien, son como las aberturas en las paredes donde el Ratón Jerry tiene su casa, dentro de la casa.

Hay una especie de enrejado sin sentido en la recepción. No hay indicaciones de dónde son las habitaciones para que las personas vayan comprendiendo que lo que ven desde afuera es peor desde dentro del hotel.

Todos los días hay sábanas lavándose, ondeando en el techo como pidiendo auxilio.

Las jardineras tienen algunas matas de sábila; dentro del hotel, por los pasillos, había unas macetas colgantes con helechos, el único aroma más o menos aceptable del lugar.

El estacionamiento es de grava y tierra, que si daña cauchos, obviamente daña zapatos, pies, bazo, esternón, esplenio, etc.

Las personas que allí se alojan son gentes muy humildes que vienen de Guárico, Apure, Amazonas, donde se muestran fotos del hotel y los choferes les dicen que es lo más barato, céntrico y familiar que conseguirán en Maracay.

Lo primero es casi que verdad, pero lo de familiar, mira, creo que hay que ser una familia muy disfuncional para estar acorde con ese hotel.

El primer fin de semana que laboré, llegó gente de Apure que luego irían a la Sociedad Anticancerosa. La señora estuvo muy reocupada y casi no durmió, así que rondó parte de la noche hasta que la invité a ver televisión.

Se medio durmió llorando hasta que el marido la fue a buscar. Al día siguiente le dieron malas noticias. Pero no se alarmen, paulatinamente la señora se recuperó y vivió unos años más, la hija me dijo.

Los dos siguientes fines de semana fueron tranquilos, salvo los tiroteos en la calle y la búsqueda de refugio dentro del hotel de los delincuentes que le gritaban al recepcionista que le abrieran porque si los agarraba la policía, le iba a ir muy mal.

Tomo un instante para recordarles que el recepcionista, era yo.

Los dos siguientes fines de semana fueron lúgubres, con un par de huéspedes de toda la noche y algunos por cuatro horas.

Bueno, una pareja fue como por media hora, porque cuando ella vio a dónde la estaban llevando y de seguro al ver cómo era dentro, de aquello no hubo nada.

La señora camarera dijo que ni arrugaron la cama ni prendieron el televisor. Posiblemente sólo pagaron ese cuatro de hotel para darse un abrazo.

Más la séptima semana (no sé si me salté alguna, es que todo estuvo aburrido, menos esta), fue la decisiva.

Ya cuando le estaba agarrando el golpe a no dormir de domingo a lunes, cosa que me sigue sucediendo aún, esa noche el cielo se vino en agua con todo.

Los rayos, truenos y centellas acompañaban ese dantesco escenario; una falla eléctrica, no común en esos tiempos, acompañó la lúgubre escena que les narro a continuación.

El agua llenó rápidamente el estacionamiento y me costó notar lo rápido que ello ocurrió porque estaba desconectando el televisor ya que justo encima de él, el techo de zinc disfrazado con cielo raso, se colaba y se ese TV explotaba, de seguro el gerente del hotel me lo cobraba.

Ya colocado el televisor a supuesto resguardo, comienzo a ver…digo, comienzo a sentir que estoy chapoteando, ¡el agua estaba dentro de la recepción!

Moví la computadora y las carpetas + el dinero en efectivo a lo que me pareció seguro y seco.

Casi que terminando, llega un señor a decirme con tono aireado, ¡Mire, tengo agua en el cuarto!

Salgo y en efecto todo el hotel estaba ya anegado, sin mayor diferencia entre el agua que caía de arriba afuera y la que caía del techo y llenaba el suelo.

Sí, el hotel tenía u sistema de tuberías pensado en inundarse a sí mismo cuan do lloviera, ya que toda el agua por los ductos ve venía hacia adentro.

Momento cumbre fue que con una linterna de esas de batería de la grande y luz amarilla, veía cómo algo se acercaba a mí rápida y silenciosamente, ¡Era una sandalia que quizá buscaba a su par!

Justo esa noche había 08 cuartos ocupados y todos nombrándome la matriz como si yo construí ese acuario de los pobres.

Como en película de terror americano, el teléfono se quedó sin tono, no tenía a quién llamar para tal contingencia.

La gente de Defensa Civil pasó inspeccionando el lugar cuando la lluvia cesó. Yo les pedí que lo declararan zona de desastre, pero no quisieron.

Los inquilinos sacaron las prendas que se les mojaron para colgarlas en el cuarto menos afectado, justo en el que el dueño del hotel dormía. Como la llave estaba allí, así resolví.

En la mañana como a las 11 fue que llegó el muy irresponsable (que él llegue a esa hora sí es irresponsabilidad, lo mío son horarios distintos, vuelvo a aclarar).

Llegó echando pestes que qué hacía su cuarto abierto y por qué yo no estaba ayudando a sacar agua, cosa que estuve haciendo desde las 11 hasta las 03 y con la pura luz del brillo de las paredes, porque las baterías de la linterna se agotaron, pero a él, le supo.

Y eso sin contar los dos rasguños en la cabeza porque me di topetazos con las macetas colgantes de los helechos, ¡Y yo hablando maravillas de las muy condenadas!

La señora camarera toda compungida con un haragán de medio palo, saca que saca agua; los inquilinos exigiendo su dinero a lo que yo les decía, “el dueño, arregla”.

Y sí, el dueño del hotel y su mamá (que era la dueña del tugurio), se pusieron de tú a tú con la gente, que ellos no mentían con su publicidad y que la gente podía ir al Hotel Pipo.

Mientras, yo buscaba mi otra media que no sé a dónde fue a parar, quizá se fue con la otra sandalia. Nadie supo.

Me coloqué los zapatos, escuché que estaban molestos conmigo, no encontraban dónde estaba la plata, dizque yo aproveché de meter mano en el alboroto.

Les dije dónde estaba (debajo del televisor), en uno de los pocos lugares sin agua del hotel.

La señora me dio cien bolívares (el mítico billete marrón) para que me comprara otros zapatos y que el viernes, resolvíamos lo demás.

No sé cuántos años han pasado, pero por ese hotel sólo he pasado por el frente cuando voy al centro comercial. 

Luego de eso, más nunca busqué empleo de un anuncio clasificado. Y si hubiere pedido una referencia laboral para trabajar en otro hotel, la verdad que como ese rancho en riesgo, no cuenta como hotel para nada. 

¿Vieron que no fue interesante? 

Argenis Serrano

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