Una
tienda céntrica, de ropa y algunos accesorios y demás cosas, pequeña y apabullada
por tiendas más grandes, subió una publicación a Instagram a la que etiquetó
como “LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL MUNDO”, haciendo alusión que ella trabajaba
allí.
La sonrisa
del padre, que no vestía prendas costosas, la sonrisa de la madre, con un
vestido no vistosos, la niña mayor con su muñeca y el niño menos con su
camioncito, relucían como sí la foto hubiese sido retocada con programas de
inteligencia artificial.
Pero realmente
era una luz divina que les envolvía. Eran amigos del dueño heredero del local y
de su esposa y todos conservaban gran amistad. Y esa aura que emanaban les ganó
la solicitud de colocar una foto etiquetada con el título de LA FAMILIA MÁS
FELIZ DEL MUNDO, en una imagen sin poses falsas, con personas autóctonas, hermanadas
y con una mirada cautivadora, como dibujada por serafines.
La tienda,
no más famosa por ser sobreviviente a décadas de existencia como construcción benemérita
y local, comenzó como por arte de magia a recibir visitas a montones,
vendiéndose mercancías y por muchos curiosos que querían saber sí esa familia
estaba patrocinando algún producto, iban a hacer una película o sí serían los próximos
dueños.
Incluso llegó
gente que fueron a pedir milagros para recuperar su salud, confundidos por el
halo místico que de manera incomprensible la cámara logró captar.
El revuelo
no tardó mucho en atraer la atención de los influencers, ávidos de ganar dinero
a costa de los demás, pero al querer tomarse fotos y videos con LA FAMILIA MÁS
FELIZ DEL MUNDO -que ya era consecuente en la tienda, como si fuesen sus
modelos o mascotas-, estos manipuladores salían con rostros deformes, halos
espectrales oscuros y deformaciones en dichas imágenes.
Llegaron a
decir que algún aparato generador de ondas de inteligencia artificial movía sus
aplicaciones dentro de la tienda y les hacía ver grotescos para hacer que la
bella familia se conservare así, sin querer reconocer que era su propia maldad
la que era capturada por sus propios teléfonos y esta, salía sin filtros.
El boom
-como debíamos suponer- atrajo la atención de las autoridades quienes se
acercaron a la tienda a examinar los libros contables y consultar qué tipo de
estrategia de mercadeo manipulado estaban aplicando para atraer a la gente. Alegaban
que era ilegal decir o asegurar que esa era LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL MUNDO,
mientras que el abogado del local les decía que en qué parte de la Constitución
y las leyes aparecía alguna prohibición para decir que alguien era feliz.
Los funcionarios,
apabullados por la belleza de una familia tradicional tan unida y el no poder
defender su posición ante las pruebas, llamaron a sus jefes diciéndoles que esa
familia y esa tienda estaban a derecho y que la pureza que irradiaban era
contagiosa y todo un ejemplo para quienes le vieren.
Sus jefes,
atemorizados ante la idea de que un poder tan grande pudiese ser contagioso y
que la gente fuese bella por fuera y por dentro, no permitiéndoles tener el
control bajo la farsa de la justicia social, abandonaron al país no sin antes
dejar la cizaña en contra del pequeño y modesto local, sus dueños y LA FAMILIA
MÁS FELIZ DEL MUNDO.
Al final
de dicha semana, hordas de patoteros comenzaron a rodear el local e incitar a
los transeúntes, sus simpatizantes traídos en buses y a los locales comerciales
que ni siquiera eran competidores de la pequeña tienda, para que quitaran de la
atención y compañía a tan hermosa y sagrada familia.
Todos querían
lanzar cosas, adentrarse al local y saquearlo, agredir y vociferar. Pero una
fuerza mayor que ellos, irradiada de LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL MUNDO, les
agobiaba y hacía ver sus propios defectos, haciéndoles vomitar, estremecerse,
lanzar aullidos y llorar arrepentidos de todo lo que habían hecho de mal en sus
vidas.
Comenzaron
a confesarse en plena calle mientras recogían sus lágrimas arrodillados. Los más
fuertes sólo podían disparar miradas de recelo y bufar viéndose derrotados por
un poder más maravilloso que cualquier actitud personal aprendida en sus
familias disfuncionales.
Al pasar
de los días, la tienda era visitada sólo para comprar, para medir el nivel de
su mejora como ser humano al tomarse una foto junto a LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL
MUNDO y contagiarse de su aura para seguir.
Pasado un
buen tiempo, el divino contagio de sus vibras positivas fue edulcorando a los
demás negocios y haciendo a la gente más amable, feliz, próspera y por demás
respetuosa, tal cual temían los jefes políticos que vieron su reino derrotado.
Todo porque
una foto con millones de vistas dentro del país, había mostrado y asegurado que
esa era LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL MUNDO y resultara verdad, al ser gente que se
entendía, no se creía perfecta, no afectaba a los demás, se apoyaba, era resiliente y con una disciplina
basada en el respeto, el amor y la rectitud, que sobrepasaba los límites de lo
factible y materializaba los de la utopía.
Pero,
para desgracia de los jefes que huyeron de ese país, es que la foto de esa familia,
ya comenzaba a ser viral en el mundo entero y estaba resultando un foco de
contagio positivista que iba a cambiar las reglas del juego.
Todo ello
ocurrió desde un pequeño lugar y llegó a oídos del mundo entero, tal cual puede
ocurrir en cualquier cosa buena y a cualquier persona buena, si no le teme al
que dirán y defiende su posición y se rodea de gente buena, tal cual sucedió
con LA FAMILIA MÁS FELIZ DEL MUNDO.
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