El
candidato independiente y entusiasta estaba nervioso. Era el día de las
elecciones y se jugaba el futuro del país, siendo él la tendencia más buscada
en redes.
En
el último año había realizado una campaña intensa, basada en las últimas técnicas de neuromarketing con las
cuales estaba seguro de convencer a los votantes con que él era la mejor
opción.
Pero,
su orgullo, de llevar su campaña no más en sus manos y en un grupo de adeptos
seguidores, al parecer le iba a pasar factura, por la mera tacañería y soberbia
de no contratar a un Agencia de Marketing Digital experta en el tema, que le ayudara en todos los
elementos, en especial al análisis de las reacciones de los potenciales
electores.
Pensó
que leyendo libros y estudios foráneos y del país sobre cómo estudiar al electorado
mediante el uso de electroencefalogramas, resonancias magnéticas y otros
dispositivos, sería suficiente.
Realmente, había podido diseñar sus discursos, mejorar sus gestos, preparar los colores de su partido, hacer eslóganes y hasta comprar el perfume y la corbata que más atraería a los votantes, todo con el fin de estimular las áreas del cerebro relacionadas con la confianza, empatía, felicidad y la decisión final del voto.
Estaba seguro de que su estrategia de neuromarketing había funcionado y las encuestas previas y sondeos a boca de urna, asemejaban ello. Rodos esos sondeos le daban una ventaja de diez puntos sobre su rival, mismo que había optado por una campaña tradicional, basada en las propuestas, argumentos y datos.
Este
candidato creyó que el marketing era un juego y que la mente de los votantes
sólo necesitaba estímulos como el reflejo condicionado de Pavlov, cuando
manejar una campaña política necesita más coherencia en el futuro que estar
jugando con la gente en todo lo que llamamos presente; se sentía superior a su
contrincante, al que consideraba un dinosaurio político, incapaz de adaptarse a
los nuevos tiempos.
Se
preparó para salir a dar el discurso triunfal en su sede, donde le esperaban
miles de seguidores entusiasmados, dispuestos a celebrar su triunfo.
Pero
algo salió mal. O bueno, salió bien lo que él hizo mal y no lo vio. Cuando se
anunciaron los resultados oficiales, el candidato no podía creer lo que veía.
Había perdido las elecciones por un margen para nada estrecho, el cual le
otorgó un colchón de apoyo en dicha victoria a su rival.
¿Cómo era posible? ¿Qué había fallado? ¿Acaso el neuromarketing no era tan efectivo como le habían prometido? ¿O había sido víctima de un fraude electoral?
Buscó
una explicación con el entorno. Le dijeron que les extrañaba, porque habían utilizado
los datos de los electores duros de las elecciones de hace 15 años.
Así,
lo que habían diseñado fue una campaña pensada para atraer a personas que hace 15
años no se movían tanto en las redes sociales y que por lo tanto eran más de
medios traicionales, los que ellos habían desestimado o también porque les
habían censurado.
El candidato se quedó atónito. ¿Cómo podían haber sido tan torpes, haciendo neuromarketing que está asociado a la mente y pensamiento de las masas en base a un producto y cómo llevarlo al máximo de su potencial?, ¿Cómo podían haberle arruinado la vida de esa manera?
Su entorno de “asesores de graderías” le pidió disculpas y una indemnización. Pero el candidato no quería dinero. Quería justicia. Así que decidió demandarlos por daños y perjuicios y llevarlos a los tribunales (así de grande era su ego, mayor a su razonamiento).
Pero
se llevó otra sorpresa. El juez que le tocó era un simpatizante de su rival,
que había ganado las elecciones gracias a su campaña tradicional. El juez
desestimó su demanda, argumentando que el neuromarketing fue aplicado de manera
ilegal y de mala fe, además de errónea y que él, como líder, debió estar al
tanto con canales estructurados de su diseño y control.
Que
utilizó las bondades del neuromarketing para manipular a los votantes con
trucos mentales, en vez de hacer política con propuestas y que éstas se
multiplicaran en las redes, creando contenido en base al elemento primordial al
cual le temen los candidatos: La cruda
verdad.
El
candidato se sintió humillado y frustrado. Había perdido las elecciones, el
dinero y el prestigio. Y todo por culpa de una serie de errores al utilizar de
neuromarketing.
Moraleja:
Sí
no vas a decir la verdad, no hagas campaña política. Y sí la vas a decir,
además de tu personalidad y estilo, aplica de tu bolsillo y contrata profesionales
o pide ayuda a colaboradores que saben y quieren el mismo país que tú (esos trabajan
gratis para ti, aunque monetizan sus redes sociales).
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