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abía una vez un globo terráqueo parlante llamado Sir
Reginald, que vivía en la oficina de correos de un pequeño pueblo olvidado.
Sir Reginald tenía una misión noble: entregar cartas a tiempo. Pero había un
pequeño problema: su sentido de la puntualidad era tan preciso como un reloj de
arena con agujas de espagueti.
Un día, Sir Reginald recibió una carta dirigida a Lady Penélope,
una dama de alta sociedad que vivía en una mansión con torretas y cocodrilos
amaestrados. La carta estaba fechada hacía tres años, pero Sir
Reginald no se inmutó. Después de todo, el tiempo es relativo cuando eres un
globo terráqueo.
Con gran solemnidad, Sir Reginald se dirigió a la mansión de Lady
Penélope. El camino estaba lleno de obstáculos: piedras filosofales, lagartijas
poéticas y nubes existenciales. Pero Sir Reginald no se
detuvo. Después de todo, tenía una carta que entregar.
Cuando llegó a la mansión, Lady Penélope lo recibió con una sonrisa
burlona. “¡Ah, querido Sir Reginald!”, exclamó. “¿Por fin has decidido
aparecer? ¿O es que tu concepto de tiempo es tan abstracto como un cuadro
cubista?”
Sir Reginald se infló con indignación. “Mis disculpas, Lady Penélope. He
estado ocupado calculando la circunferencia del infinito y la densidad de los
suspiros. Pero aquí está su carta, fresca como un chiste malo”.
Lady Penélope abrió la carta y leyó: “Querida Lady Penélope, lamento
profundamente no haber escrito antes. Mi pluma se extravió en un agujero negro
y mi tintero fue secuestrado por gnomos literarios. Espero que esta carta
llegue antes de que los dinosaurios vuelvan a la moda”.
Lady Penélope soltó una carcajada. “Oh, Sir Reginald, siempre tan
original. Pero aquí está la moraleja: las disculpas tardías son como
los billetes de lotería caducados: inútiles pero entretenidos”.
Y así, Sir Reginald aprendió que la puntualidad es para los relojes, no
para los globos terráqueos. Desde entonces, entregó cartas con la misma
precisión que un poeta ebrio. Y si alguna vez se retrasaba, inventaba excusas
cósmicas para justificar su tardanza.
La moraleja de esta historia: Nunca subestimes el poder de una
disculpa creativa y un buen sentido del humor. Y si alguna vez ves un globo
terráqueo parlante, dile hola de mi parte.
Pero que no te vea nadie, esta sociedad tilda de locos a los que hablan
con las cosas; irónico, en especial cuando ahora le hablan al teléfono celular
para que les responda, ya que les da flojera leer y escribir, salvo aquellos
que leen mis artículos.
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